Capítulo V: Volver a empezar

Tras recibir el alta médica deportiva, el 8 de Octubre de 2008, me reincorporé a los entrenamientos de forma normal. Me sentía viva de nuevo, aunque como muchos sabréis, es muy difícil el regreso a la actividad deportiva tras una lesión de este calibre. Cuando vuelves a jugar no te sientes igual, tu físico no es el mismo que cuando te lesionaste y, además hay una frase que me encanta y en cada recuperación me he cerciorado de lo real que es: “tu mente va más rápido que tus piernas”. La de veces que habré escuchado esta frase y otras tantas que la habré dicho yo misma. Es sumamente complicado ver las acciones, saber qué debes hacer pero darte cuenta de que tu estado actual no te permite realizar esos movimientos, o hacerlos pero a una velocidad que no es ni de lejos la que tu mente estaba mostrándote.
Lo bueno de esto es que cuanto más joven eres, la reincorporación es más rápida y amena, quizás porque no eres consciente de todo lo que está sucediendo o no le das tanta importancia al hecho de fallar y avanzar con lentitud. En cierto modo, tener esa inocencia hace que te focalices de forma exhaustiva en lo que quieres conseguir: volver a jugar al nivel anterior como mínimo. Sin embargo, cuanto mayor eres al lesionarte, más son los factores en los que acabas fijándote y esto hace que, en ciertos momentos, el punto de mira vaya variando y el objetivo se vea más difuso.
Como creo que he transmitido anteriormente, nada ni nadie podía pararme. Tenía muy claro donde quería terminar, la pista de balonmano. Tenía muchas cosas por las que luchar: quería ayudar al equipo juvenil, conseguir jugar el “CADEBA” con mi equipo cadete y, por supuesto, llegar a jugar el Campeonato de España con la Selección Andaluza en enero.
Tristemente, poco me duraron esas buenas sensaciones.
Cuando apenas había pasado un mes de estar jugando, tuve un nuevo percance. El 10 de diciembre fui con las juveniles a jugar un partido contra “La Cañada” en Almería. Recuerdo perfectamente que llegamos con el tiempo justo, no pudimos apenas calentar. El partido era muy reñido y en la segunda parte, en una acción defensiva, caí al chocar con una contraria. En la caída todo mi cuerpo cayó sobre la rodilla izquierda, cuando intenté ponerme de pie me di cuenta de que tenía la rodilla bloqueada.
“¡No puede ser!” - pensé.
Aparecieron rápidamente uno de mis entrenadores y el fisioterapeuta del equipo contrario. Al pensar que era el ligamento lo que podía haberme lesionado intentaron ponerme la pierna recta, es decir, extenderla completamente. Y así fue, pero lo que tenía dañado no era el LCA, sino el menisco, el cual se había luxado y acababa de romper en ese gesto de extensión (claro, esto no lo supimos hasta tiempo después).
La rodilla se hinchó mucho, tuvieron que ponerme hielo y vendarla al instante. Después recuerdo que fuimos a ver al equipo senior femenino que también estaba jugando en Almería.
Volví a casa con una gran sensación de dolor, no podía creerme que otra vez me viera en esa situación. Me realizaron una resonancia para poder comprobar si había algún problema en el ligamento y en el menisco que me habían operado hacía unos 3 meses escasos.
Para asombro de todos ¡en la resonancia no aparecía nada roto!
“Menos mal, podré seguir jugando…”.- me decía a mí misma.

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