Capítulo XI: Del cielo al infierno

Después de esa gran vuelta jugando con el Club Bm. Roquetas me planteé la necesidad de prepararme bien físicamente de cara a la temporada próxima.
En esos momentos me comencé a sentir un poco perdida. Después de los dos años que estuve fuera de las pistas de balonmano, a pesar de haber seguido de cerca a mi equipo de siempre (Bm. Almuñecar) y haber estado en el banquillo apoyando a mis compañeras me sentía un poco desconectada. Sinceramente no sabía si habría equipo senior para poder jugar allí pero no me planteaba otras opciones. No tenía demasiada confianza en mí y necesitaba un año en el que sentir que me recuperaba física pero, sobre todo, mentalmente.
Tuve la suerte de que el club de toda mi vida se planteara el sacar el equipo en categoría Primera Nacional y esto fue una nueva aventura llena de personas maravillosas. El hecho de poder volver como jugadora con los que han sido mis padres deportivos no tiene precioGracias por creer en mí, apoyarme y darme el aliento que necesitaba en esos momentos. Por otro lado, el entrenador había hablado con una jugadora de Valencia la cual había jugado en la máxima categoría y que se venía a Granada para terminar sus estudios universitarios. Recuerdo las primeras semanas en las que salíamos juntas a correr y hacer el plan físico que nos habían mandado. Esa chica desconocida que venía de Valencia se convirtió en un pilar fundamental para todas las que formamos aquel equipo, una persona de las que no se pueden olvidar además de una amiga de por vida.
Ese año también estuvo marcado por unos reencuentros maravillosos con otras compañeras con las que había jugado durante mi infancia y, a pesar de no obtener unos resultados brillantes, vivir los momentos que viví con ellas fue absolutamente increíble. Como Almuñecar está a unos 80 kilómetros de Granada el club nos proporcionó un piso donde quedarnos los días que íbamos a entrenar y los días de partido. Tod@s los que habéis jugado fuera de casa y habéis podido compartir piso con compañer@s de equipo coincidiréis conmigo en que es una gran experiencia. Como nosotras sólo compartíamos algunos días juntas, cada vez era una aventura diferente que disfrutábamos como si tuviéramos 12 años. Recuerdos imborrables como: “las Spice Girls actúan con Papa Noel”, interpretaciones musicales, peleas sonoras con agua de por medio, camas de 1 metro en las que cabíamos 4… Un sinfín de maravillosos recuerdos que tienen nombres y apellidos…
Tras ese año seco de objetivos deportivos, el equipo cambió de ubicación a la ciudad de Granada y se convirtió en un año inolvidable. Cuando era pequeña e iba a la selección andaluza pude ver muchas jugadoras a las que admiraba, me parecían las estrellas del momento, de hecho corroboré ese pensamiento cuando pude compartir vestuario con ellas. Chicas de una categoría muy superior de las que podía aprender y con las que podía disfrutar dentro y fuera del campo. Deciros chicas, que GRACIAS, que sois una personas increíbles y me aportásteis muchísimo esa bonita temporada.
   
Ese año conseguimos con muuuucho esfuerzo llegar a jugar la fase de ascenso a División de Honor Plata y, de hecho, ¡conseguimos ascender!
Tras pasar la resaca de felicidad de ascender una categoría tocaba hacer frente a la realidad. Tuvimos bajas muy importantes y teníamos que encontrar la forma de reforzarnos pero no ocurrió. Fue un año realmente complicado por diferentes temas, las derrotas se acumulaban, éramos demasiado nuevas en la categoría y nos faltaban jugadoras con experiencia que nos ayudaran a asentarnos. A pesar de ello luchábamos hasta el final, no nos quedaba otra que ser guerrilleras. Aparecieron multitud de problemas en el vestuario e incluso con el entrenador, un gran suplicio que hacía que nos desincháramos cada vez más. Por supuesto, esos altibajos nos afectaban a todas pero yo tenía muy claro que si había pasado por todo lo que había pasado no era para amargarme la vida jugando a lo que más me gustaba. Intentaba, igual que la mayoría de mis compañeras, buscar el lado positivo y dar el resto en cada entrenamiento/partido para hacer que los momentos de felicidad volvieran a nuestro banquillo. Al terminar la primera vuelta y sólo cosechando un par de victorias habíamos encadenado unos buenos partidos. La imagen que dábamos como equipo era diferente y eso nos estaba haciendo sentir fuertes.
Personalmente tuve 3 partidos que fueron clave:
El primero de liga, que no sé por qué hizo que mi entrenador de aquel entonces hiciera una intervención conmigo destruyendo toda la autoestima que tenía, insinuando que me esforzaba entrenando para destruir a otras jugadoras y que marcaba goles, por supuesto, no para ganar el partido sino para creerme mejor, y terminó haciéndome ver que era una sombra negra en el equipo… Pero, como no, finalizó esta preciosa charla con una sonrisa diciéndome que eso no debía afectarme y que tenía que seguir tirando del equipo como hasta ahora. “¡Qué fácil, ¿no?!”
El segundo partido que me marcó fue contra el que sería mi equipo al año siguiente. Para ese partido se unieron todos los astros para hacer que quisiera no asistir. Por aquel entonces (hace 5 años) yo trabajaba de camarera en un pub para sacarme dinero con el que pagar mis gastos, también era árbitro de balonmano, entrenadora de un equipo base y jugadora. Del viernes hasta el sábado a medio día tuve que realizar los 3 primeros “trabajos” antes de salir en el bus con el equipo. Estaba destrozada, con sólo 3 horas de sueño. Tuve que comer en el autobús pues no me daba tiempo de terminar de arbitrar y de ir casa, mi madre me preparó una rica y calentita sopa con un poquito de carne y huevo duro (mmm me supo a gloria). Puede que eso me diera las fuerzas para jugar después. Me encontraba extremadamente motivada y con muchas ganas de jugar, y me salió un gran partido. Hasta ese partido me había planteado dejar de jugar en este equipo por todo lo que mi entrenador me había dicho pero realizar un partido tan bueno y sentirme parte del equipo hizo que la decisión de quedarme y dar todo lo que tenía ganara.
El tercer partido marcó todo. Fue el partido siguiente al de la decisión de quedarme. Esa semana fue bastante bien, nos encontrábamos con ganas y había esperanzas de sacar puntos, jugábamos en casa y eso siempre era un plus. Comenzamos jugando fatal, no dábamos una, se notaba el ambiente hostil y lo que pareció vivirse el fin de semana anterior era sólo un espejismo. Cuando parecía que empezábamos a entonarnos y a querer luchar un poco el partido sucedió. Minuto 15, salto, recibo un empujón en el aire y, aunque el empujón no es excesivo, la caída lo fue para mí. La rodilla derecha me rebotó en el suelo haciendo una especie de palanca y comenzaron de nuevo los gritos de dolor. Me tuvieron que coger para poder salir del campo y cuando llegué al banquillo y mis nervios se calmaron intenté ver qué le pasaba a mi rodilla…
Recuerdo levantar la pierna y sentir como una goma elástica dentro de la rodilla, al saber que no había estabilidad busqué a mi madre en la grada. Nos miramos, no quiero ni pensar la cara que puse pero me sentía totalmente rota por dentro. Le dije que debíamos irnos, no queríamos creerlo pero ya lo sabíamos… 

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