Capítulo VII: No sin mi madre

Comienza aquí una nueva etapa. No empezó con buen pie, pero siempre se ha dicho que no es como se empieza sino como se acaba, y de eso estaba convencida mi madre.
Tras terminar el campeonato jugado en Mayo, la rodilla tenía síntomas de haber empeorado. La sentía muy inestable aunque ya no tenía bloqueos de rodilla (todo tiene su explicación). La inestabilidad que sentía me hacía pensar que el LCA volvía a estar roto…; me daba igual cualquier resonancia magnética, mis sensaciones eran que 100% lo tenía roto.
Tras hacerme las pruebas convenientes me volvieron a operar pensando que era el menisco externo lo que tenía roto, a pesar de varias discusiones en las que supliqué al doctor que tuviera preparado un ligamento porque yo sabía que estaba roto…
Por supuesto, no me hizo ni caso. Me volvieron a operar en Junio de 2009. Fue una cirugía muy rápida; cuando salí del quirófano, aún con la anestesia haciendo efecto, le pregunté con ansia a mi madre: “Mamá, ¿y mi ligamento?, ¿me lo ha arreglado?; su cara me lo dijo todo.
Ella comenzó a explicarme lo que el doctor le había dicho al salir de quirófano, que me había limpiado el menisco externo, el cual ya no tenía nada, estaba totalmente machacado, y el ligamento, efectivamente, estaba roto pero colgaba literalmente de un hilo. Cuando terminó de hablar no me lo podía creer, yo sólo le decía que sabía que lo tenía roto, que por qué no me hizo caso… Y en ese momento apareció el queridísimo doctor para explicarme a voces lo que pasaba dentro de mi rodilla: “Te he limpiado el menisco y ¡olvídate de hacer deporte porque tienes el ligamento colgando de un hilo!”. La “conversación” y sus palabras fueron algo más extensas aunque para nada más delicadas, como cabe esperar en una chica de 16 años que ha sufrido 4 operaciones de rodilla y cuya única esperanza es poder volver a jugar para ser feliz me dio un gran ataque de ansiedad. Después de los gritos del médico lo siguiente que recuerdo es estar hiperventilando rodeada de la mayor parte del personal que había esa tarde en el hospital…
Sin más, me dieron el alta, sabiendo que mi pierna estaba totalmente destrozada e inútil para hacer deporte, ahí comenzó una nueva película. Una vez supimos de la situación de la rodilla, quisimos que otro traumatólogo pudiera verme a través del seguro deportivo que me cubría como jugadora para que me arreglaran la rodilla y me dejaran, por lo menos, para hacer vida normal.
En este punto, el seguro que me cubría, siendo de categoría cadete (el seguro deportivo actual) nos dijo que no se haría cargo de ninguna operación porque la lesión venía de una recaída anterior y debía cubrirme el anterior seguro (personalmente, después de todo lo que he aprendido y sabido con el tiempo, creo que tenían razón y que todo venía de una negligencia médica anterior, pero no me hicieron ninguna prueba para demostrarlo por lo que no podían actuar de esa manera). Por supuesto, el seguro anterior se negaba en rotundo a cubrir mi operación alegando que yo estaba jugando tras el alta deportiva (¡os recuerdo que el gran profesional me dio el alta diciendo que no volviera a jugar!, seguramente porque sabía la chapuza que había hecho) y, por lo tanto, era el nuevo seguro el que debía ocuparse de mi operación.
Total, entre “pitos y flautas” había una niña con 16 años, con una carrera deportiva totalmente truncada que ¡ya no podía ni si quiera hacer educación física en su colegio!, es más, no podía ni subir ni bajar escaleras sin tener miedo a que pudiera “fallar” la rodilla.
Lo estaba pasando realmente mal, ya no podía sentirme ni si quiera como una niña normal, pero la que lo sufría todo era mi madre. La pobre no sabía qué podía hacer para ayudarme, acudió a todos los sitios posibles, escribió a todas las personas que se le ocurrieron y NADIE pudo tenderle la mano. Hasta que un día hablando con un familiar le comentó que ella estaba yendo a tratarse la rodilla a una clínica muy prestigiosa de Madrid y que el doctor que la trataba era maravilloso.
Lejos, muy lejos de que esa pudiera ser la solución, mi madre consiguió mover cielo y tierra para que lo fuera (le debo TODO, absolutamente TODO a mi madre). Volvió a hipotecar mi casa con el fin de conseguir el dinero suficiente para poder llevarme a esa prestigiosa clínica y que ese maravilloso doctor pudiera hacer lo imposible con la rodilla de su hija.
A pesar de que fueron dos años bastante duros, el final del túnel se veía poco a poco con más claridad…
Gracias mamá.

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