Capítulo XIII: En la espiral

Y así fue como comenzó de nuevo el círculo vicioso de operación, recuperación, recaída…
La primera operación de la rodilla derecha tuvo lugar en Febrero. Nada sencilla, dos ligamentos que debían ser reparados y un trozo de menisco que parecía estar dañado.
No recuerdo estar demasiado nerviosa, si que recuerdo sentirme profundamente triste en esos momentos. Mi cabeza estaba llena de “¿por qué yo?”, “¿por qué otra vez?”… No entendía nada, trabajaba cada día, entrenaba como me decían, seguía los pasos que me marcaban, pero de nada servían mis esfuerzos. Me veía de nuevo envuelta en un mal sueño, sin ganas algunas de estar ahí.
Por supuesto, mi mente se fue sanando con el paso de los días. Cada día era uno menos para encontrarme mejor, para poder sentir el aire en la cara mientras corría, para poder hacer deporte, sudar, sentir ese cansancio… “¡Cómo se echan de menos todas esas sensaciones cuando te ves forzado a parar!”
Respecto a lo deportivo, debo señalar que acabábamos de subir con el equipo Universidad de Granada a División de Honor Plata y no íbamos nada bien en la clasificación. Las derrotas nos seguían martirizando y ahora, encima, yo no podía ayudar a mis compañeras en la pista. A pesar de esa bruma negra que rodeaba al equipo, fue el hecho de volcarme en ayudar y aportar a mis compañeras lo que me dio fuerzas para mejorar. De hecho, a la semana de ser operada allí me planté con mi silla de ruedas y una tabla enorme (pues no podía doblar la pierna) para animar a mi equipo. Como siempre mi madre, ángel caído del cielo, fue la que consiguió todo e hizo posible que yo estuviera aquel día allí. Como he dicho antes, mis ánimos iban mejorando, pero todavía me sentía totalmente desdichada, aún sabiendo que había muchas personas en peores situaciones que yo, eso ya no me reconfortaba ni hacía pensar que era afortunada. Cuando se produjo la presentación de los equipos, mis compañeras me habían preparado una sorpresa: ¡una camiseta con un mensaje de ánimo!; puede parecer un gesto típico, pero de verdad que no sabéis lo que puede ayudar y reconfortar ver que por unos segundos esas personas están pensando en ti, y que con ese gesto te están diciendo “estamos contigo, saldrás de esta”.
Fueron los pequeños gestos y avances diarios los que hacían que cada día no fuera una lucha, sino una victoria. Cada día ganaba en algo, si no era en mejorar física, porque avanzaba en la rehabilitación, era en mejora emocional, pero siempre había algo que me hacía pensar que eso no era nada para mí. De veras que no puedo plasmar con palabras lo agradecida que estoy a las dos personas que han marcado el paso de esas operaciones: mi fisio y mi madre. Ella, pilar en mi vida, en mis días buenos y malos. Él, pilar en mi recuperación, en mis mejoras y, muchas veces, “mi psicólogo particular”.
Los tres primeros meses pasaron bastante rápido, a pesar de ser una rehabilitación de dos ligamentos la cosa estaba yendo considerablemente bien. PERO… (“de verdad, creedme, cuando os digo que yo soy la que más odia esos “peros”), empezaron a aparecer molestias en la rodilla porque estaba rechazando los tornillos. Yo tenía entendido que había que esperar al menos 6 meses para la retirada del material de osteosíntesis, pues es el tiempo que tarda el hueso en cicatrizar o regenerarse... A pesar de ello, fui intervenida de inmediato y así, me retiraron los dos tornillos cuando solo llevaba tres meses operada.
Al parecer, el tornillo del LCA estaba todavía muy profundo y tuvieron complicaciones para sacarlo (si estaba tan profundo creo yo que deberían de haber esperado y no sacarlo). Al salir del quirófano me encontraba realmente mal, me dolía mucho la rodilla y la apariencia era mucho peor que en la primera cirugía.
Para recuperarme de esta segunda intervención pasaron bastantes semanas, en las que todo el avance que había tenido hasta ahora se había perdido. No paraba de hacer isométricos, de trabajar el glúteo y hacer muchos abdominales, pues no podía mover apenas la rodilla. Una vez que el líquido se reabsorbió y que la rodilla comenzó a tomar una forma normal, avancé bastante rápido, tanto que en el mes de Agosto ya estaba haciendo “pretemporada”, porque sí, aunque ya juntaba un total de 8 operaciones, mi cabeza seguía empeñada en vivir mi sueño y seguir “disfrutando” dentro de una pista de balonmano.
Esta vez lejos de Granada, pues aunque no detallaré, por ahora al menos,  cómo fui tratada en ciertos momentos, decidí irme a otro equipo que no sólo era mucho más competitivo que en el que estaba, sino que en él había amigas con las que ya había estado jugando y, sinceramente, lo único que me apetecía era disfrutar y olvidarme de todo lo que pudiera dañarme externo a estar en el campo jugando.
La nueva situación a la que me enfrentaba me hacía muchísima ilusión. Primero iba a jugar lejos de casa, en categoría DHP (lo que no estaba nada mal), y con un equipo altamente competitivo (el año anterior habían ido a la fase de ascenso a DH, máxima categoría del balonmano femenino), pero tenía varios hándicaps. Por un lado, no me encontraba al 100% pues estaba terminando de recuperarme de las cirugías de rodilla, por otro lado, debía de acoplarme a un equipo totalmente nuevo, con una forma de atacar, defender y, en resumidas cuentas, de jugar muy diferente a lo que yo estaba acostumbrada. Además, tuve que enfrentarme a algo nuevo para mí hasta entonces “el banquillo” o “la suplencia”; desde que prácticamente comencé a jugar, pocas habían sido las ocasiones en las que no estaba dentro de la pista y tener que mentalizarme para estar en el banquillo, esperando que llegara mi oportunidad, fue algo complicado para mí pero que me enriqueció enormemente. Recuerdo lo nerviosa que me ponía, el miedo que me daba equivocarme…, ¡parecía que estaba aprendiendo a jugar de nuevo!.
Durante los primeros partidos aunque no jugaba apenas me sentía dentro del grupo, partícipe de todo aquello que estábamos viviendo, y comenzaron a llegar los minutos. Muy poco a poco, pero cada vez sintiéndome mejor.
Entrenaba jueves y viernes en Almería con mi equipo y el resto de la semana en Granada, con un equipo juvenil de chicos. Además de las sesiones de pesas y gimnasio que debía hacer para tener las piernas siempre a tono.
Por supuesto, como cabe de esperar en esta historia, ya sabéis lo que viene, ¿no?. Un enorme y doloroso PERO que se me apareció durante un entrenamiento… “¿Ya está?, ¿otra vez?, ¿en serio?”, eso era todo lo que podía pensar. 
A pesar de ello, la temporada ni mucho menos habría terminado para mí.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ideas para entrenamientos de Benjamines (Balonmano)

¡Más entrenamientos para Benjamines! (Balonmano)

Altibajos emocionales durante la recuperación